martes, 16 de agosto de 2011

William Faulkner: ¡Absalón, Absalón!


Sé de dos tipos de escritor: el hombre cuya central ansiedad son los procedimientos verbales; el hombre cuya central ansiedad son las pasiones y trabajos del hombre. Al primero lo suelen denigrar con el mote de «bizantino» y exaltar con el nombre de «artista puro». El otro, más feliz, conoce los epítetos laudatorios «profundo», «humano», «profundamente humano» y el halagüeño vituperio de «bárbaro». El primero es Swinburne o Mallarmé; el segundo, Céline o Theodore Dreiser. Otros, excepcionales, ejercen las virtudes y los goces de ambas categorías. Victor Hugo anota que Shakespeare contiene a Góngora; podemos observar que también contiene a Dostoievski... Entre los grandes novelistas, Joseph Conrad fue acaso el último a quien le interesaron por igual los procedimientos de la novela, y el destino y el carácter de las personas. El último, hasta la aparición tremenda de Faulkner.
Faulkner gusta de exponer la novela a través de los  personajes. El método no es absolutamente original -El  anillo y el libro de Robert Browning (1868) detalla el mismo crimen diez veces, a través de diez bocas y de diez almas-,  pero Faulkner le infunde una intensidad que es casi  intolerable. Una infinita descomposición, una infinita y  negra carnalidad hay en este libro de Faulkner. El teatro es  el estado de Mississippi: los héroes, hombres  desintegrados por la envidia, por el alcohol, por la soledad,  por las erosiones del odio.

¡Absalón, Absalón! es equiparable a El sonido y la furia.  No sé de un elogio mayor.
[Jorge Luis Borges, 22 de enero de 1937]

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