martes, 23 de agosto de 2011

Andanzas, de Raúl Ruiz (1941-2011)





Ella me dijo: "Lo que me gusta en usted, es que no se mueve sin un objetivo preciso".


Yo reí.


-¿Cuál objetivo, exactamente?


-Seamos claros: en general, yo sé adonde quiero ir. Es normal. Cuando era pequeña, me gustaba mucho vagar por las calles. Me gustaba perderme en ellas. En el fondo, me encantaba asustar a mis padres: ellos lo sabían y me dejaban hacer. Una vez, tarde en la noche, escuché una conversación. Nevaba. Cada día que nieva siento una especie de pena. Decepción. Incluso hoy día.


- Y he aquí nieva.


- Le decía que me gustaba perderme. Hasta el día en que descubrí que mis padres se burlaban de mí, un día de nieve. No sé por qué le cuento todo esto.


-La pena, entonces.


-Así fue que me fugué. Sí, está en la familia. El espíritu de familia. El espíritu de la casa.


-¿Qué cómo me fugué? ¿Adónde? No muy lejos. Me escondí.


- No lejos de aquí.


- Nadie. Pero nadie me buscó.


-Mi hermano, él me encontró.


-Él fue el que vino.


-¿Qué hace aquí?


-Nada. Me escondo.


-¿Puedo quedarme contigo? ¿Te puedo dar un beso?


-Breve.


-No.


-Nada grave. Nada de nada, incluso.


-Nos quedamos juntos; en silencio. Sin una palabra.


-Luego, vino un hombre. Un desconocido.


-No nos dirigió la palabra. Una especie de vagabundo que se hablaba a sí mismo. Un vagabundo demente.


-En seguida vino alguien más. Ya no sé mucho quién. Alguien.


-Una niñita vino. Ella sí que me habló. Habló, habló.


-Después, nada. Silencio. Dejó de nevar.


-Todos se fueron.


-No sé por qué le cuento esto.


-Ah, sí, me gusta todavía pasearme sin rumbo preciso.


-Perdí a mi hijo. ¿Cómo? No sé. Lo ignoro.


-Se fue. Ocho años. Partió con su madre. Con alguien que él llama “su madre”.


-Es de locura todo esto, ¿no? Sí.


-Pero, seamos claros: ¿dice usted que me ama porque yo me desplazo de una cierta manera? Vamos. ¿Es evidente? Para nada. ¿Sabe? Hace mucho que hago teatro. Decoradora. Hay algo que se aprende en el teatro, y es que cuando uno se mueve es que hay una raz6n. Sin lo cual, uno no se mueve. Es todo. Pero yo (permita que me ría), he logrado moverme sin raz6n aparente, y (ella susurra) con una raz6n oculta.


-Bah, nada importante.


-Yo, si me muevo es porque busco un espejo.


-Simple. Me digo: busco un libro. Pero en realidad busco un espejo. Primero el espejo, luego el libro (siempre hay un libro cerca del espejo). Así es. ¿Por qué un espejo? Me miro. Y cada vez... Cada vez me descubro. Una nada: un tic. Una sonrisa que no me sospechaba.


-Ya sabe. Todavía me cuesta reconocerme.


No, no se engañe; yo me muevo, me muevo, pero sin objeto.

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