jueves, 26 de enero de 2012

Lo infraordinario

Me parece que lo que más nos atrae siempre es el suceso, lo insólito, lo extraordinario: escrito a ocho columnas y con grandes titulares. Los trenes sólo comienzan a existir cuando se descarrilan, y entre más muertos haya más importantes se vuelven; los aviones sólo acceden a la existencia cuando son desviados; los automóviles tienen como único destino chocar con los árboles: cincuenta y dos fines de semana por año, cincuenta y dos reportajes; entre más muertos mejor para los noticieros, lo deseable es que las cifras no dejan de aumentar. Es necesario que detrás de los acontecimientos haya un escándalo, una fisura, un peligro, como si la vida sólo pudiera rebelarse a través de lo espectacular, como si lo convincente, lo significativo, fuera siempre anormal: cataclismos naturales o revoluciones históricas, conflictos sociales o escándalos políticos...

En nuestra precipitación por mesurar lo histórico, lo significativo, lo revelador, no dejemos de lado lo esencial, lo verdaderamente intolerable, lo verdaderamente inadmisible: el escándalo no es el grisú, es el trabajo en las minas. Los “malestares sociales” no son preocupantes nada más en periodo de huelga, son intolerables veinticuatro horas sobre veinticuatro, los trescientos sesenta y cinco días al año. Los maremotos, las erupciones volcánicas, las torres que se derrumban, los incendios de los bosques, los túneles que se caen, Publicis que se quema y Aranda que habla. ¡Horrible! ¡Terrible! ¡Monstruoso! ¡Escandaloso! ¿Pero en dónde está el escándalo? ¿El verdadero escándalo? El periódico no nos dice otra cosa que: “estén tranquilos, ya saben que la vida existe, con sus altas y bajas, ya saben que siempre pasan cosas”.
Los periódicos hablan de todo menos del periodista. Los diarios me aburren, no me enseñan nada; lo que cuentan no me concierne, no me preguntan ni me responden mejor a las preguntas que me planteo o que quisiera plantearme.

Lo que vivimos es lo que pasa verdaderamente, el resto, todo el resto ¿dónde está? Lo que pasa cada día y regresa cada día, lo trivial, lo cotidiano, lo evidente, lo común, lo ordinario, lo infraordinario, la música de fondo, lo habitual ¿cómo dar cuentas de eso?, ¿cómo interrogarlo?, ¿cómo describirlo?

Para qué interrogar a lo habitual. No estamos habituados a eso. Nosotros no lo interrogamos ni nos interroga, parece no dar problemas, lo vivimos sin pensar en ello, como si no llevara consigo ni pregunta ni respuesta, como si no fuera portador de ninguna información. No es siquiera condicionamiento, es anestesia. Dormimos nuestra vida en un sueño sin sueños. ¿Pero dónde está nuestra vida? ¿Dónde está nuestro cuerpo? ¿Dónde está nuestro espacio?

Cómo hablar de esas cosas comunes, cómo acorralarlas antes, cómo apartarlas, cómo arrancarlas a lo estéril a lo cual permanecen ligadas, cómo darles un sentido, una lengua: que hablen al fin de lo que existe, de lo que somos.

Quizá se trata de construir nuestra propia antropología: la que hablará de nosotros, la que irá a buscar en nosotros lo que por tanto tiempo hemos plagiado de los otros. Ya no lo exótico sino lo endótico.
Interrogar lo que parece tan natural que ya olvidamos su origen. Quisiéramos volver a encontrar algo del asombro que sentían Julio Verne y sus lectores ante un aparato capaz de reproducir y transportar los sonidos. Porque este asombro existió, y otros más, y éstos fueron los que nos modelaron.

Debemos interrogar al ladrillo, al cemento, al vidrio, a nuestros modales en la mesa, a nuestros utensilios, a nuestras herramientas, a nuestras ocupaciones, a nuestros ritmos. Interrogar lo que ha dejado de sorprendernos. Es cierto que vivimos, es cierto que respiramos; caminamos, abrimos puertas, bajamos escaleras, nos sentamos a una mesa para comer, nos acostamos en una cama para dormir. ¿Cómo? ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Por qué?

Describa su calle. Describa después otra. Compare.

Haga el inventario de sus bolsillos, de su bolsa. Interróguese de dónde proviene el uso y el devenir de cada uno de los objetos que saque de ellos.

Pregunte a sus cucharillas.

¿Qué hay sobre su papel tapiz?

¿Cuántos gestos hay que hacer para marcar un número telefónico? ¿Por qué?

¿Por qué no venden cigarros en las panaderías? ¿Por qué no?

Me importa poco que esas preguntas sean fragmentarias, apenas indicativas de un método o cuando mucho de un proyecto. Me importa mucho que parezcan triviales o fútiles: es precisamente eso lo que las hace más esenciales que muchas otras a través de las cuales hemos intentado inútilmente decir nuestra verdad.

Georges Perec, Lo infraordinario,  1989

miércoles, 18 de enero de 2012

La curiosidad barroca (fragmento)


La gran hazaña del barroco americano, en verdad que aún ni siquiera igualada en nuestros días, es la del quechua Kondori, llamado el indio Kondori. En la voluntariosa masa pétrea de las edificaciones de la Compañía, en el flujo numeroso de las súmulas barrocas, en la gran tradición que venía a rematar el barroco, el indio Kondori logra insertar los símbolos incaicos de sol y luna, de abstractas elaboraciones, de sirenas incaicas, de grandes ángeles cuyos rostros de indios reflejan la desolación de la explotación minera. Sus portales de piedra compiten en la proliferación y en la calidad con los mejores del barroco europeo. Había estudiado con delicadeza y alucinada continuidad las plantas, los animales, los instrumentos metálicos de su raza, y estaba convencido de que podían formar parte del cortejo de los símbolos barrocos en el templo. Sus soportes de columnas ostentan en una poderosa abstracción soles incaicos, cuya opulenta energía se vuelca sobre una sirena con quejumbroso rostro mitayo, al propio tiempo que tañe una guitarra de su raza. El indio Kondori, fue el primero que en los dominios de la forma, se ganó la igualdad con el tratamiento de un estilo por los europeos. Todavía hoy nos gozamos en adivinar la reacción de los padres de la Compañía, que buscaban más la pura expresión de la piedra que los juegos de ornamentos y volutas, ante aquella regalía que igualaba la hoja americana con la trifolia griega, la semiluna incaica con los acantos de los capiteles corintios, el son de los charangos con los instrumentos dóricos y las renacentistas violas de gamba. Ahora, gracias al heroísmo y revivencia de sus símbolos, precisamos que podemos acercamos a las manifestaciones de cualquier estilo sin acomplejamos ni resbalar, siempre que insertemos allí los símbolos de nuestro destino y la escritura con que nuestra alma anegó los objetos.



El arte del indio Kondori representaba en una forma oculta y hierática la síntesis del español y del indio, de la teocracia hispánica de la gran época con el solemne ordenamiento pétreo de lo incaico. Su arte es como un retablo donde a la caída de la tarde, el mitayo sólo desea que le dejen colocar su semiluna incaica en el ordenamiento planetario de lo español, y que entre los instrumentos que entonan la alabanza, el charango, la guitarrita apoyada en el pecho, tenga su penetración sumergida en la masa tonal. Parecía contentarse con exigirle a lo hispánico una reverencia y una compañía, como aquellas momias, en el relato del Inca Garcilaso, de las primeras dinastías incaicas, que al ser exhumadas en la época de la conquista y del derrumbe de las fortalezas cuzqueñas, eran saludadas respetuosamente por la soldadesca hispánica.

(José Lezama Lima,   La expresión americana, 1993)

martes, 17 de enero de 2012

«In the Mood for Love» o el vértigo de la ruina


El amor posible pero no realizado comprueba su verdadera naturaleza cuando se transforma en recuerdo -un recuerdo prácticamente desprovisto de contenido: emociones, situaciones ambiguas, roces-. El amor -a distancia, declarado, convertido en algo definitivamente imposible- se convierte en aquello que nunca ha dejado de querer ser: un puro goce de lo inactual, de aquello que en el fondo no es más que un goce del tiempo puro, un goce nacido del contraste entre el recuerdo de un amor que habría podido existir, que podría haber extraído alguna apariencia de sentido al no haberse realizado («Nosotros no somos como ellos», dice la señora Charro aludiendo a las relaciones sexuales de su marido con la mujer del señor Chow, su «amante», en el sentido del siglo XVII), y la constatación de su doble no actualidad presente: al sustituir el escrúpulo psicológico por el alejamiento geográfico, no tiene lugar, literalmente, para existir y, sin duda, la idea misma de la renuncia, que confería nobleza a la abstinencia, habrá perdido así todo sentido. Otra historia hubiera sido posible, pero simplemente no tuvo lugar, y ya ha dejado de ser posible. La virtualidad del amor se contempla de lejos, en el momento en que, convertida en ruina, deja de ser una virtualidad.

Es preciso añadir que el deseo de ruina socavaba desde el principio la tentación amorosa. Éste es el sentido de lo que los dos héroes llaman el «ensayo », en la acepción teatral del término. Representan una primera vez una escena de separación que figura en la novela de caballerías escrita por elseñor Chow, y, una segunda vez, para prepararse a ella, su separación inminente. En ambos casos, la emoción sumerge a la señora Chan: su emoción guarda relación con el hecho de que percibe en este «juego» la verdad de su amor, un amor que amenaza ruina desde el principio porque desde el principio ha sido concebido como la ruina en que habrá de convertirse. Nunca habrá quedado tan bien ilustrada la ambivalencia de la palabra «ensayo» -que sólo repite el pasado para proyectarse al futuro, aunque en este caso se trate de un antefuturo.

De ahí el alcance del gesto simbólico consumado in fine (unas cuantas semanas más tarde en Camboya) por el héroe, el señor Chow, que confía su secreto, no a la cavidad de un árbol, como quiere la tradición que él mismo había recordado anteriormente a la señora Chan, sino a la cavidad de una columna de un templo derruido en Angkor. El espectáculo de estas suntuosas ruinas no despierta en quien las contempla ningún recuerdo propiamente dicho. Por el contrario, le conmueve en lo más hondo la evidencia de un tiempo sin objeto que no es el tiempo de ninguna historia.

(Marc Augé, El tiempo en ruinas, 2003)

sábado, 7 de enero de 2012

"Monsier Monod no sabe cantar"




querido mío 
te recuerdo como la mejor canción 
esa apoteosis de gallos y estrellas 
que ya no eres que ya no soy que ya no seremos 
y sin embargo muy bien sabemos ambos 
que hablo por la boca pintada del silencio 
con agonía de mosca 
al final del verano 
y por todas las puertas mal cerradas 
conjurando o llamando ese viento alevoso de la memoria 
ese disco rayado antes de usarse
teñido según el humor del tiempo 
y sus viejas enfermedades 
o de rojo 
o de negro 
como un rey en desgracia frente al espejo 
el día de la víspera 
y mañana y pasado y siempre 

noche que te precipitas 
(así debe decir la canción) 
cargada de presagios 
perra insaciable ( un peu fort) 
madre espléndida (plus doux) 
paridora y descalza siempre 
para no ser oída por el necio que en ti cree 
para mejor aplastar el corazón 
del desvelado 
que se atreve a oír el arrastrado paso 
de la vida 
a la muerte 
un cuesco de zancudo un torrente de plumas 
una tempestad en un vaso de vino 
un tango 


el orden altera el producto 
error del maquinista 
podrida técnica seguir viviendo tu historia 
al revés como en el cine 
un sueño grueso 
y misterioso que se adelgaza 
the end is the beginning 
una lucecita vacilante como la esperanza 
color clara de huevo 
con olor a pescado y mala leche 
oscura boca de lobo que te lleva 
de Cluny al Parque Salazar 
tapiz rodante tan veloz y tan negro 
que ya no sabes 
si eres o te haces el vivo o 
el muerto 
y sí una flor de hierro 
como un último bocado torcido y sucio y lento 
para mejor devorarte 

querido mío 
adoro todo lo 
que no es mío 
tú por ejemplo 
con tu piel de asno sobre el alma 
y esas alas de cera que te regalé 
y que jamás te atreviste a usar 
no sabes cómo me arrepiento de mis virtudes 
ya no sé qué hacer con mi colección de ganzúas 
y mentiras 
con mi indecencia de niño que debe terminar este cuento 
ahora ya es tarde 
porque el recuerdo como las canciones 
la peor la que quieras la única 
no resiste otra página en blanco 
y no tiene sentido que yo esté aquí 
destruyendo 
lo que no existe 

querido mío 
a pesar de eso 
todo sigue igual 
el cosquilleo filosófico después de la ducha 
el café frío el cigarrillo amargo el Cieno Verde 
en el Montecarlo 
sigue apta para todos la vida perdurable 
intacta la estupidez de las nubes 
intacta la obscenidad de los geranios 
intacta la vergüenza del ajo 
los gorrioncitos cagándose divinamente en pleno cielo 
de abril 
Mandrake criando conejos en algún círculo 
del infierno 
y siempre la patita de cangrejo atrapada 
en la trampa del ser 
o del no ser 
o de no quiero esto sino lo otro 
tú sabes 
esas cosas que nos suceden 
y que deben olvidarse para que existan 
verbigracia la mano con alas 
y sin mano 
la historia del canguro -aquella de la bolsa o la vida- 
o la del capitán encerrado en la botella 
para siempre vacía 
y el vientre vacío pero con alas 
y sin vientre 
tú sabes 
la pasión la obsesión 
la poesía la prosa 
el sexo el éxito 
o viceversa 
el vacío congénito 
el huevecillo moteado 
entre millones y millones de huevecillos moteados 
tú y yo 
you and me 
toi et moi 
tea for two en la inmensidad del silencio 
en el mar intemporal 
en el horizonte de la historia 
porque ácido ribonucleico somos 
pero ácido ribonucleico enamorado siempre

Blanca Varela, Canto Villano, poesía reunida, 1986

domingo, 1 de enero de 2012

El tiempo etéreo



"En aquel tiempo, antes de la gran guerra, cuando sucedían las cosas que aquí se cuentan, todavía tenía importancia que un hombre viviera o muriera. Cuando alguien desaparecía de la faz de la tierra, no era sustituido inmediatamente por otro, para que se olvidara al muerto, sino que quedaba un vacío donde él antes había estado, y los que habían sido testigos de su muerte callaban en cuanto percibían el hueco que había dejado. Si el fuego había devorado una casa en alguna calle, el lugar del incendio permanecía vacío por mucho tiempo, porque los albañiles trabajaban con lentitud y circunspección, y los vecinos, o los que pasaban casualmente por la calle, recordaban el aspecto y las paredes de la casa desaparecida al ver el solar vacío. ¡Así eran entonces las cosas! Todo cuanto crecía necesitaba mucho tiempo para crecer, y también era necesario mucho tiempo para olvidar todo lo que desaparecía. Pero todo lo que había existido dejaba sus huellas y en aquel tiempo se vivía de los recuerdos de la misma forma que hoy se vive de la capacidad para olvidar rápida y profundamente."

Joseph Roth, La Marcha Radetzky
Entradas más recientes Entradas antiguas
Inicio