Son pocas las bandas que logran sonar mejor en vivo que en sus versiones de estudio, o garaje en algunos casos. Vale aclarar, mejor no significa de una manera más limpia y retocada por los productores musicales u otros encargados de estos finísimos detalles. Simplemente, en mi humilde opinión, se trata de la fuerza del disco.
Aquel que abandonara el mundo de una manera trágico-romántica el 18 de mayo de 1980, hace ya más de treinta años, fue una de las figuras más influyentes en la escena alternativa de Londres en la década de los setenta. No es otro sino Ian Curtis, vocalista de Joy Division. Y este disco, una joya de sus escasas presentaciones en vivo, le hace el mayor honor a su voz que haya yo escuchado.
Ian Curtis, lector ávido de William Burroughs, utilizaba los escenarios como un desfogue de los tormentos personales que ya se podían escuchar en sus letras. Según la banda, cuando el Unknown Pleasures llegó a a manos de Martin Hannet, el producto de la banda, fue retocado de una manera tal que el sentido se perdió casi por completo. Le falta agresividad, potencia, y sobre todo, la crudeza que le habían querido imprimir desde que se sentaron a componerlo. Cuando se escuchan las canciones pertenecientes a este disco es fácil entender su descontento.
La voz de Curtis suena increíble, sin mencionar que debido a su condición epiléptica, lograr una fuerza y una actuación de este calibre por parte suya era muy difícil. Existe cierta angustia, rabia y hasta furia a lo largo de todas las actuaciones que logra erizar los pelos de cualquiera que realmente disfrute del género. El disco no está retocado y esto resalta la importancia que tenía la voz en las presentaciones de este grupo londinense. Pero mejor escucharlo y sacar conclusiones propias.
Ya más de treinta y un años sin este personaje y pionero del post-punk...
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