Dios. El nombre propio más usado en todas las épocas, pero sobre cuyo portador no se ponen de acuerdo los monoteístas. El monoteísmo, por su parte, es una aberración que surge naturalmente del politeísmo. Los griegos veían a Sócrates con sorpresa porque éste parecía pensar que sólo existía un Dios. Desde luego, si uno cree que hay más de cien dioses, debe parecerle que quien afirma que sólo hay uno es una especie de ateo. El problema del monoteísta es que le pone demasiado trabajo a su dios y, como si fuera poco, le exige que lo haga a la perfección. (Cuando el trabajo queda mal hecho el monoteísta le echa la culpa al resto, alegando que se trata de una cosa llamada por él «libre albedrío».) Aunque, también hay que decirlo, unos cuantos monoteístas considerados no le piden a su deidad que lo haga todo bien. Están, desde luego, quienes exageran de este lado. Leí la siguiente frase en inglés en alguna parte que ya no recuerdo: «Si existe un ser superior, debe ser un hijodeputa». (Mi memoria la atribuye a Dorothy Parker, pero no estoy seguro.) La demostración más convincente de este punto de vista monoteísta cortés es, a mi juicio, la siguiente: «El cliente: Dios hizo el mundo en seis días, y usted no es capaz de hacerme un pantalón en seis meses. El sastre: Pero señor, mire el mundo y mire su pantalón».
Samuel Beckett, Manchas en el silencio, Tusquets, 1990, p. 25.
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