lunes, 19 de diciembre de 2011

Dirty Three - Whatever You Love, You Are (2000)




"La música instrumental tiene una cualidad metafísica y primitiva"
Warren Ellis



Hace algo más de un mes asistí al toque en el que Josh T Pearson presentó al público londinense Last of the Country Gentleman (su primer disco como solista) en el renombrado Barbican Centre. No fueron más que seis canciones, todas baladas que promediaban los diez minutos. Un folk ralentizado, sobrecogedor, que te susurra al oido y te impone su ritmo. Si bien en aquella oportunidad la guitarra y la voz de Pearson fueron los únicos instrumentos en escena, la grabación en estudio tuvo algunos músicos invitados, siendo de seguro Warren Ellis (violinista y frontman de Dirty Three) el nombre más resonante. Menciono la anécdota porque encuentro que en ambos proyectos (tanto el de Pearson como el de Ellis) se puede encontrar cierta afinidad, algo así como una busqueda en común: retomando lo que Eloy Fernandez señaló al hablar del postrock del sello Constellation (juicio que parece valer también para Dirty Three y Pearson), existe en estos artistas la voluntad de reapropiarse de ciertos elementos del folk para integrarlos en temas de largo desarrollo (de corte atmosférico, envolvente, minimalista). El antidoto contra las narrativas y las constricciones del mercado y el top 40 es precisamente un folk que se primitiviza y deja de ser discursivo e incluso figurativo.

Whatever You Love, You Are no solo es el álbum más orquestal de Dirty Three; parece también el más primigenio, atemporal y trascendental. Todo parte del instrumento principal, la fuente de donde proviene toda la magia, el violín de Warren Ellis, interpretado con tal maestría que a veces suena como un cuarteto completo. Si trabajos previos como el inolvidable Ocean Songs parecen más técnicos y denotan el esfuerzo de establecer un estilo, en Whatever You Love, You Are aparece cierta exhuberancia y densidad que frustra cualquier intento de descripción. La música es de nuevo inefable.

Dirty Three - Whatever You Love, You Are (2000)

La Bogotá de Burroughs



Hotel Mulvo Regís, Bogotá, 25 de enero de 1953


Querido Al:

Bogotá está situada en una planicie alta rodeada de montañas. La hierba de la sábana es de un verde claro, y aquí y allá se levantan sobre la hierba monolitos negros precolombinos. Es una ciudad de aspecto lúgubre y sombrío. El cuarto del hotel es un cubículo sin ventanas (en América del Sur, las ventanas son un lujo), con tabiques de madera prensada, color verde y una cama demasiado chica.

Durante largo rato estuve sentado en la cama paralizado por la depresión. Luego salí al aire frío y enrarecido para tomar algo, dando gracias a Dios por no haber venido a parar a esta ciudad enfermo por el opio. Tomé algunas copas y regresé al hotel donde un camarero feo y maricón me sirvió una comida que no valía gran cosa.

Al día siguiente fui a la Universidad en busca de datos sobre el yagé. Todas las ciencias están amontonadas en El Instituto. Es éste un edificio de ladrillos rojos, corredores polvorientos y oficinas sin nombre, en su mayor parte cerradas. Fui avanzando por sobre cestos, animales embalsamados y muestras botánicas. Estas cosas son continuamente llevadas de un lugar a otro sin ninguna razón aparente. De pronto, alguien sale de un escritorio y reclama algún objeto de esa mescolanza dejada en los pasillos y hace que se lo lleven a su oficina. Los ordenanzas, sentados sobre las cestas, fuman y saludan a todo el mundo dándole el título de "doctor".




En una habitación grande y llena de polvo, de ejemplares de plantas y de olor a formol, vi a alguien que estaba buscando algo que no lograba encontrar, con un aire de aristocrático fastidio. Nuestras miradas se cruzaron.

“¿Qué habré hecho con mis muestras de cacao? Era una variedad nueva de cacao silvestre. ¿Y qué estará haciendo este cóndor embalsamado aquí en mi mesa?"

El hombre tenía el rostro delgado y fino, llevaba anteojos con montura de acero, una americana de tweed y pantalones de franela oscura. Sin la menor duda. Boston y Harvard. Se presentó como el doctor Schindler. Estaba relacionado con una Comisión de Agricultura de los Estados Unidos.

Le pregunté acerca del yagé. "Sí, dijo, aquí tenemos muestras. Venga y le mostraré", agregó, echando una última mirada en busca de su cacao. Me mostró un ejemplar seco de la planta de yagé, una trepadora de aspecto muy corriente. Sí, lo había tomado. "Conseguí colores, pero no visiones."

Me indicó con exactitud lo que yo necesitaría para el viaje, dónde debía ir y a quién debía ver. Le pregunté acerca del aspecto telepático. "Eso, claro, es pura imaginación", dijo. Me señaló el Putumayo como la región más fácilmente accesible donde podría encontrar yagé.

Me tomé unos días para reunir el equipo y conseguir el capital. Para una expedición a la selva se requieren medicamentos; el suero antiofídico, la penicilina, el enterovioformo y el aralén son esenciales. Además una hamaca, una manta y una bolsa de caucho llamada tula para llevar las cosas.

Bogotá es alta, fría, y húmeda; es un frío húmedo que se le mete a uno dentro como el frío enfermizo del opio. No hay calefacción en ninguna parte y uno nunca llega a calentarse. Como en ninguna otra ciudad que haya visto en América del Sur, se siente en Bogotá el peso muerto de España, sombrío y opresivo. Todo cuanto es oficial lleva el sello de Made in Spain.

Tuyo William

(William Burroughs, Las cartas de la ayahuasca, 1963)
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